Víctor se confiesa editor zurdo —“aún más zurdo que Paco
Inclán”— y nos explica que Jekyll & Jill es una editorial independiente
fundada en 2015 —este año cumplirá su quinto aniversario— por Jessica Aliaga Lavrijsen
y él mismo. Se declaran fetichistas de los libros.
ENTREVISTA
Como ya sabéis aquellos que seguís mis pasos en La Odisea,
soy amante de las editoriales independientes, estos pequeños sellos que, más
allá de modas y súper-ventas, buscan títulos que les emocionan personalmente,
intrigándonos con cada nueva elección.
Conocí Jekyll & Jill gracias a Laura Huerga, de Rayo
Verde, cuando charlábamos sobre qué estábamos leyendo y nos recomendamos
algunas lecturas. En cuanto me puse en contacto con ellos, Víctor, uno de sus
editores y socios fundadores, me respondió de inmediato y, cuando le dije
cuánto me gustaban algunos de sus títulos, no tardó ni medio segundo en
decirme: "Pues ya está, en unos días le pondrás ojitos al libro, pero ya
en casa".
IDR. ¿De dónde nació la idea de fundar una editorial como Jekyll
& Jill? ¿Cómo se os ocurrió el nombre?
VG. De una pulsión natural y poco razonada, tanto Jessica como
yo teníamos blogs (era la época de los blogs), Jessica publicaba sus
fotografías analógicas y yo textos e impertinencias. Suelo hacer trabajos de
diseño para los sellos Grabaciones en el Mar y You Are The Cosmos y en ese
tiempo me encargaron la portada para un disco de vinilo. Pensé que una de las
fotos de Jessica, que me gustaba mucho, era la ideal para ese disco, así que me
puse en contacto con ella y ahí hicimos nuestro primer trabajo conjunto. Luego
surgió la confesión mutua de que nos gustaría montar una editorial, de publicar
lo que nos gustara con la estética que queríamos, y así hasta ahora.
El nombre lo propuso Jessica. Ella es filóloga especialista
en literatura escocesa, así que resultó natural que Stevenson apareciera por
algún lado como padrino espiritual.
IDR. Se necesitan grandes dosis de valentía o de locura para
meterse en una aventura como esta. ¿En cuál de los dos te catalogarías?
VG. Locura, sin pensarlo. Nunca me he visto muy valiente. A mí
en realidad lo que me hacía ilusión era ser Daniela, la morena de las hermanas
Goggi, pero Dios quiso que no fuera así. Me dijo “Serás editor”, y yo que no, y
él que sí, y yo que no, y él que sí, y al final aquí estoy.
IDR. ¿Cómo ha sido la acogida, tanto por parte de los libreros,
como de la crítica y los lectores?
VG. No nos podemos quejar, la acogida ha sido buena. Desde casi
el inicio muchos libreros relacionaron nuestros libros con el de otras
editoriales independientes con más trayectoria y los ponían juntos en los
expositores, hermanados. Tampoco podemos quejarnos de la repercusión en los
medios de comunicación nacionales.
IDR. ¿Cómo iniciaste tus pasos en el mundo editorial?
VG. Me recuerdo maquetando libros antes de la existencia de los
ordenadores personales, cuando las empresas de fotocomposición picaban los
textos en galeradas que te enviaban en papel fotográfico y había que montar
sobre papel milimetrado con un rodillo de cera o con un spray de adhesivo que
se pegaba a los pulmones con mucha alegría. Luego cada página se enviaba a la
fotomecánica, que se encargaba de prepararlo todo para imprenta (pedir un
degradado era algo complejo y misterioso) y de sacar los fotolitos. Desde
aquellos días hasta ahora han pasado 25 o 26 años, así que puedo decir que
llevo más de media vida trabajando, de un modo u otro, en el mundo del libro y
las publicaciones.
IDR. Si tuvieras que describirte, ¿qué dirías que eres:
lector-editor o editor-lector?
VG. Lector, claro. Muy lector. Aunque eso no significa nada, se
puede ser un devorador de libros y tener un gusto pésimo; si además de leer
editas con gusto pésimo, pues mal. Me gusta la idea del editor como prescriptor,
susurrarle al lector “eh, mira esto, lo acabo de descubrir, me gusta mucho y me
encantaría que lo leyeras”.
IDR. Viendo vuestro catálogo descubrimos obras de lo más
diverso, ¿cuál es vuestra filosofía? ¿Qué es lo que hace que escojáis un
manuscrito? ¿Y qué hace que lo rechacéis?
VG. Pues en muchos casos es como un flechazo irracional que
sentimos de forma animal, con poca reflexión. Vaya, creo que es una decisión en
la que actúa más el cerebro reptil que el neocórtex: “Quiero publicar este
texto. Tengo hambre. Chocolate. Ahora sueño. Café. Sí, editémoslo”. Somos como iguanas,
pero iguanas lectoras.
IDR. Apostáis por títulos realmente diferentes a lo que estamos
acostumbrados a ver en las librerías. Por ejemplo, hace poco que he reseñado Tantas Mentiras de Paco Inclán. ¿Cómo lo
descubrís y decidís que será una buena apuesta?
Link a reseña de Tantas
Mentiras:
VG. A Paco Inclán lo conocimos en un congreso de editores y
libreros, poco antes de fundar la editorial. Él en ese tiempo ya dirigía la
revista Bostezo. Nos dijo “Estoy
escribiendo un libro, seréis los primeros a los que envíe el manuscrito”, y
tiempo después así fue, nos lo envió y nos gustó mucho. Paco es un escritor
excelente. Hace unos días nos dijo que ya casi tiene terminado su nuevo libro.
IDR. Además, cuidáis cada detalle de los libros, desde la
portada al tipo de papel. ¿Es parte de vuestra firma personal?
VG. No sé muy bien. Jessica y yo compartíamos la decisión de no
encasillarnos en una estética prefijada, así no tenemos que lamentar que un
diseño de colección que comenzamos hace años nos deje de gustar. Eso nos hace
sentirnos más libres. La intención es que cada libro tenga el aspecto que
nosotros creemos que puede resultar más atractivo para el lector. A mí también
me gustan mucho esas colecciones de libros todos igualitos en los que solo
cambia el color, como los de la antigua Austral. Me gusta eso, lo que me parece
erróneo es intentar seguir una colección con un mismo aspecto pero en la que
solo cambia el motivo. Imagina una colección de libros que use en todos un
coche como elemento decorativo. En uno un Ford, en otro un Lamborghini, en otro
un Skoda, en otro un Seat... Bueno, al final el resultado es un catálogo de
coches. Ah, mira, bien mirado no me disgusta esto de una colección catálogo de
coches.
IDR. ¿Nos recomiendas alguna novedad de Jekyll & Jill?
VG. El delicioso ensayo Últimas
noticias de la escritura, del escritor argentino Sergio Chejfec, que está
recibiendo excelentes críticas, y Gran
Fin, de monoperro, un librito difícil de resumir, pues cada lector lo
interpreta de un modo distinto. Son dos obras muy personales. Y en enero saldrá
Maleza viva, de Gemma Pellicer, un bonito
libro de microrrelatos.
IDR. De los que habéis publicado hasta ahora, ¿cuál sería tu
niño bonito?
VG. Todos son niños bonitos, porque en todos hemos puesto mucha
ilusión y esfuerzo. Como proyecto más
personal, quizá Cosmotheoros,
de Christiaan Huygens, un tratado del siglo XVII sobre astronomía que conjetura
la existencia de vida en otros planetas que me tuvo varios largos meses enloquecido
buscando todo tipo de datos para redactar las notas y la biografía del autor.
Lo recuerdo como una fase enloquecidamente barroca. Todo era barroco,
literatura barroca, ensayos barrocos, documentales sobre el barroco, música
barroca, arte barroco. Me sumergí tanto que creo que me quedaré barroco ya para
siempre.
IDR. Para aquellos interesados en cómo funciona una editorial
por dentro, ¿podrías explicarnos cuáles son los pasos que da un manuscrito para
convertirse en un libro de Jekyll & Jill y cuántos personajes estáis
involucrados en ese proceso?
VG. Bueno, puede ser de dos formas: recibimos el manuscrito, lo
leemos Jessica o yo y, si nos atrae, convencemos al otro para editarlo. Eso
suele ser lo más fácil, porque nos suelen gustar cosas parecidas. Es difícil
que a uno le guste algo mucho y que al otro no le guste en absoluto. En todo
caso, yo me suelo apoyar en el criterio literario de Jessica y Jessica en mis
gustos gráficos. La otra manera, la que más disfruto, es cuando el proyecto
surge de nosotros —una traducción, el rescate de un texto antiguo, una
selección de relatos sobre un mismo tema, etc.— y buscamos los colaboradores
—traductores, ilustradores— que creemos que pueden dar lo mejor de sí mismos
para el libro.
IDR. ¿Cuál crees que es el papel del editor en la sociedad
actual? ¿Y la del escritor?
VG. Vivo más feliz si no pienso mucho en esto. Creo que tanto
la labor del editor como la del escritor no ha cambiado desde el primer libro:
transmitir información de forma perdurable. En realidad los libros no son más
que sencillos contenedores. Es hermoso cuando el lector deposita en ese objeto
tan simple tantos afectos, recuerdos y sensaciones. El acto de la lectura —la
lectura relajada, en voz baja, pero también esa lectura compulsiva—, me parece
una experiencia muy íntima, intransferible, que no encuentro en ningún otro
medio. Creo también en la lectura como una poderosa máquina de empatía. Me
gusta la idea del editor como generador de máquinas de empatía.
IDR. Llegar al lector es uno de los puntos más importantes y
complicados, ¿cómo os movéis a la hora de promocionar un libro?
VG. Como todos, haciendo uso de las redes sociales y de nuestra
página web, que nos resultan muy útiles para llegar tanto a los libreros como a
los lectores.
IDR. Como lector: ¿ebook o papel? ¿Y como editor?
VG. Como lector siempre papel, no tengo lector de libro
electrónico. Sí que uso mucho la lectura digital en la pantalla de ordenador,
me resulta muy útil para buscar datos concretos. Como editor no me interesa el libro
electrónico. Al hilo de una pregunta anterior, creo que la experiencia de la
lectura en un ebook o en un libro en papel es diferente, no tanto durante el
proceso de lectura sino más bien en lo que nos queda de él como recuerdo,
cuando tomamos un libro y éste nos trae a la memoria que lo leímos en un viaje,
o en un espacio de nuestro pasado que identificamos con facilidad. Bueno, me
suele suceder que tal libro, con solo tocarlo, me trae la imagen de ese
momento, que curiosamente no es la imagen de “lo que leía” sino un plano
general de mí leyendo. Es por tanto una imagen grabada desde una cámara externa
que no sé bien quién colocó. Un recuerdo proyectado y decorado. Son pequeños
engaños de la memoria muy agradables.
IDR. Para aquellos autores que busquen casa para su nueva obra, ¿qué
les recomendarías?
VG. Que se interesen por conocer el catálogo de la editorial a
la que van a enviar su manuscrito, que se pregunten sinceramente si su libro
encajaría en esa editorial. Comenzar un mensaje con la frase “Acabo de escribir
una novela muy buena” o “Mi novela anterior lo peta en Amazón” quizá no sea la
mejor manera, al menos para nosotros.
IDR. ¿Cuál es el primer libro que recuerdas?
VG. Recuerdo una edición de El
corazón delator de Poe, otra Emilia
del marqués de Sade, que aún conservo; un volumen de textos escogidos de
Schopenhauer, otro de Santa Teresa de Jesús y una colección de cuentos feamente
ilustrados con dibujos a página entera a color en papel grueso. La verdad es
que en casa de mi familia había una pequeña biblioteca de libros escogidos con
muy poco tino. Eran libros que llegaban a través de vendedores a domicilio:
enciclopedias con muchos volúmenes que se usaban poco, la colección completa de
los premios Planeta que venía con un mueble de regalo con columnitas torneadas,
algún best-seller de regalo de la caja de ahorros tipo Dubai, de Robin Moore, o adaptaciones de películas con la foto de
los actores en la cubierta, y libros de arte. Claro, me hubiera gustado otra
cosa, pero era lo que había. De crío era muy blancucho y enfermizo, así que no
sé a qué doctor se le ocurrió que tenía que broncearme y en los largos y
aburridos veranos me obligaban a tomar el sol todos los días. Conseguí que a
cambio del martirio me dieran alguna paga a cambio, dinero que gastaba en
libros. Así que mis recuerdos de los veranos de la infancia eran sesiones de
sol sofocante, picores y eccemas y, después, la alegría de ir a la librería y
gastarme las perras en libros de bolsillo. Me gustaba mucho el terror, así que
en ese tiempo me leía todo lo que encontraba, desde los novelotes de Stephen
King a H. P. Lovecraft o algunas novelas góticas. Lecturas infantiles muy
entretenidas. Eso, claro, al mismo tiempo que leía Don Miky.
IDR. ¿Quién te acercó a la lectura?
VG. En mi caso, más que quién, qué: la angustia ante todo lo que
me rodeaba. Le lectura fue para mí una tabla de salvación, lo único con lo que
conseguía evadirme de la realidad. La verdad es que mis únicos recuerdos
agradables de la infancia son comprando o leyendo libros. Así que tengo una
relación con los libros más bien enfermiza, nada saludable.
IDR. ¿Qué estás leyendo ahora?
VG. Suelo leer una media de diez o quince libros a la vez, la
mayoría de ensayo. Eso no significa capacidad alguna de comprensión sino más
bien una conducta de lectura totalmente desordenada. Así que al lado de la
cama, en el suelo, hay siempre varias pilas de libros en perfecto desorden que
voy cogiendo ahora uno y luego otro. También en la lectura de cada libro suelo
ser desordenado y unos los comienzo por la mitad y otros por el capítulo que
más me llama la atención. El resultado es que suelo leer cuatro veces un
capítulo de uno, dos veces el de otro y ninguno el de muchos.
IDR. ¿Nos recomiendas un libro?
VG. Me gustan especialmente los libros de maravillas de los
siglos XVI y XVII, como el Jardín de
flores curiosas de Antonio de Torquemada u otros de parecida naturaleza
como los de Juan Eusebio Nieremberg o Antonio de Fuentelapeña. También disfruto
mucho con las Etimologías de Isidoro
de Sevilla. Son obras que me llevan a otros anteriores, como al De rerum natura de Lucrecio y a otros autores griegos y
romanos. Eso sería la lectura más placentera. Un libro que me gustó mucho es El reino artificial, Sobre la experiencia
kitsch, de Celeste Olalquiaga (Gustavo Gili). También me gustan mucho los
libros sobre libros, como El libro
tachado de Patricio Pron (Turner).
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Isabel del Río
Diciembre 2015
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