Gemma Solsona
es licenciada en Comunicación Audiovisual y trabaja en marketing y publicidad.
Es profesora de Escritura Creativa y Relato y miembro de la P.A.E (Plataforma
de Adictos a la Escritura) con quienes participa en la organización de charlas
y eventos de ámbito cultural. Ha ganado el concurso literario Vila de Gracia
2012 y el Terroríficas 2019. Ha
participado y/o coordinado varias antologías. Por ahora, ha publicado como
autora: Valguamar (Hijos del Hule,
2012), Maullidos (Stonberg, 2016, www.mismaullidos.com)
y Casa volada (Huso, 2019).
¿Cómo y quién te inició en el
amor por los libros?
Pues si
me remonto muy, muy pero que muy atrás, quizá el origen, sin que él nunca
llegara a saberlo, fue mi bisabuelo. Es verdad que, en mis recuerdos, desde que
aprendí a leer, no concibo la vida sin libros y supongo que, antes de eso, sin
los cuentos que le pedía a mi madre que me contara, a todas horas. Mi madre es
la voz que, en su momento, me regaló las primeras historias. Pero tengo
especial cariño a la biblioteca que mi abuela, mi “iaia”, guardaba en su casa
como un tesoro, en un antiguo armario con puertas de cristal en cuyo interior
había cientos de libros: clásicos de Verne, Poe o Dickens… y libros de Zane
Grey, de Pearl S. Buck –mi abuela siempre me decía que “Viento del este, viento
del oeste” era una de sus novelas preferidas....–, tomos encuadernados con tebeos
del “Patufet”… Y esos libros mi bisabuelo los había ido comprando para mi padre,
semana tras semana, haciendo un inventario en un cuaderno del tamaño de un puño
–que todavía conservo–, con una letra minúscula. Pero a mi padre le dio más por
pintar que por leer, prefirió los pinceles a los libros. Y yo me incliné por
los segundos. No conocí a mi bisabuelo pero esos libros fueron su particular
herencia y la que compartí con mi iaia
que también fue la lectora de mis primeros cuentos, cuando yo solo tenía nueve
o diez años.
¿Tienes algún recuerdo especial,
de tu infancia o juventud, relacionado con la literatura?
Pues
precisamente son esos primeros cuentos, los guardo con mucho, muchísimo cariño.
Mi abuela, que tenía una letra preciosa y redondita de maestra de escuela, los
transcribió todos, cada uno de ellos, en una libreta amarilla que aún conservo.
En la portada solo escribió: “Cuentos de la niña Gemma Solsona, 1986”.
¿Cuáles fueron tus inicios en el
mundo de la escritura?
Siempre
me ha gustado imaginar historias. De pequeña me veía, supongo que igual que
tantas otras niñas, como Jo (de “Mujercitas”) y también soñaba con ser
escritora. Pero más allá de esos cuentos infantiles que mi abuela conservó; de
las aventuras juveniles en las que empecé a escribir novelas que nunca acabé,
emulando a Blyton o a Agatha Christie; y de algunos poemas –oh, sí, poemas que
ahora me parecen horribles…– que hice de adolescente y que cambiaban de estilo
según lo que tocara en aquel momento en el instituto, antes de escribir… leí,
leí y leí mucho, muchísimo. He sido una lectora compulsiva, como muchos
compañeros escritores que conozco, de esos y esas que no vemos el momento de
apagar la luz antes de acabar un capítulo, que no podemos salir de casa sin un
libro y que nos sentimos en el paraíso cuando entramos en una librería con
encanto o una biblioteca. Estudié Comunicación Audiovisual, porque quería
contar historias, y la vida me llevó a trabajar en marketing y comunicación.
Pero seguí leyendo. Y creo que fue en el 2007 que decidí retomar esa pasión de
la escritura y me apunté en una escuela, en un taller de relato. Ya no lo dejé.
Publiqué mi primer libro de relatos en el 2009, “Valguamar, cuentos de lugares,
amores y difuntos” y en la misma escuela estuve dando clases como profesora de
escritura creativa y relato. Desde entonces… sigo con la escritura, con
talleres, charlas, presentaciones, libros… y disfrutando de las letras.
¿Cómo compaginas tu vida con la
escritura de tus novelas?
Pienso
que si te gusta escribir acabas arañando tiempo de donde sea, aunque a veces
por trabajo o por familia sea complicado. Tengo la suerte de estar con una
pareja que comprende que, muchos sábados y algunos domingos, me encierre en mi
estudio o me escape a la biblioteca –me encanta escribir rodeada de libros–. También
llevo siempre una libretita conmigo para apuntar ideas, sea para nuevas
historias o en relación con lo que estoy escribiendo en ese momento, y eso me
ayuda a estar siempre “escriviviendo” una palabra que tomé prestada de la
escritora Rosario Curiel y que me encanta. Una vez, en una charla sobre
escritura, alguien dijo que las novelas están llenas de frases maravillosas que
nunca serán leídas porque quien las pensó no tenía en ese momento papel y
bolígrafo o un ordenador delante. Para que eso no me pase llevo siempre ese
cuaderno. No hay nada tan maravilloso como cuando, si estoy en medio de una
historia, abro mi libreta y me doy cuenta de que el párrafo que escribí en un
momento de inspiración, en una cafetería, encaja perfectamente con mi propósito
y no se perdió antes de ponerme ante el teclado.
Tus relatos me han conmovido, me
han hecho reír y llorar, señalar mentalmente al sentirme identificada, y sé de
buena tinta que los lectores de nuestro Club de Lectura en La Font de Mimir
también lo han disfrutado mucho. ¿Qué sientes al recibir tan buenas críticas?
¿Qué le dirías a alguien que siente pasión por escribir, pero no se atreve a
ello por miedo al fracaso o por lo que otros le dicen?
Si me
llegan opiniones positivas… siento más ganas de seguir escribiendo. Hoy en día,
todos tenemos tantas cosas en la cabeza que no siempre tenemos tiempo de
decirle a alguien, cuando hemos leído su libro, que nos ha gustado, que nos ha
emocionado, que lo hemos disfrutado. Soy de las que defienden que la escritura
es un círculo que se completa cuando alguien, al otro lado, lee lo que tú has
creado. Y el silencio de esa persona que sabes que leyó tu libro puede hacer
que dudes, que te plantees si le gustó o no… cuando a lo mejor ni tan solo ha
pensado en decírtelo –o bien no ha querido decirte nada porque no le gustó… que
eso también puede pasar…–. Así que, en mi caso, cuando alguien me dice que le
ha gustado uno de mis relatos, que lo ha leído varias veces, que le ha
emocionado, le ha hecho llorar, sonreír o pasar miedo –como fue con algunos de los
lectores y lectoras de vuestro club– pues… qué te voy a decir, que son momentos
increíbles, de esos que le dan sentido a la escritura y que te animan a seguir
adelante. Y para alguien que siente pasión por escribir… Creo que hay pocas
cosas que decir si realmente esa pasión está ahí. O infinitas, no sé. Para
empezar no creo que las “posibles” opiniones de “futuros” lectores puedan
paralizar a alguien que realmente tiene esa pasión. Sin embargo, hay que
respetar el trabajo que uno/una hace, darle tantas vueltas como sea necesario,
corregir, reducir, leer otros/as autores/as, experimentar, escribir y volver a
escribir. Encontrar aquellos géneros en los que te sientes más cómodo, tu voz a
la hora de contar historias. Y eso, tan solo se consigue escribiendo,
reescribiendo –y leyendo–. Cuanto más escribes, más deseas seguir haciéndolo,
es completamente adictivo y por norma general… la práctica implica mejora.
¿Por qué relato?
De
momento porque es el lenguaje en el que me siento más cómoda. Creo que soy
“cortazariana” y “cronopia” y veo la escritura como un juego que hay que
disfrutar. Con los años me he dado cuenta de que soy bastante dispersa y me
gustan tantas cosas… Eso es una suerte, así es difícil aburrirte y te prometo
que disfrutas mucho. Pero, a la vez, veo ideas por todas partes y los cuentos
me permiten ponerlas sobre el papel. El cuento es un noviazgo fugaz… pero como
un primer amor, ¿eh? intenso y perdurable –y te aseguro que con muchos cuentos “paso”
meses… y me los llevo encima para cambiarles un adjetivo, una palabra…, los
disfruto y son “peregrinos” como decía Gabriel García Márquez de sus “Doce
cuentos peregrinos”–. La novela… aún no lo sé, tengo ideas para una pero están
ahí, en el mundo de las musas. Aunque veo la novela más como un matrimonio, que
requiere un poquito más de fidelidad y exclusividad. Igualmente, con un formato
u otro acabas tratando los temas que más te obsesionan. En mi caso: la muerte,
la infancia, la naturaleza de los secretos, las mentiras… Y, de momento, la
forma en la que me salen esas historias y temas es el cuento, que además es lo primero que disfrutamos cuando somos
pequeños…
A pesar del espacio de desarrollo
que permite un relato, tus personajes son profundos y evolutivos, algo que es
realmente complicado de conseguir. ¿Cuál es tu secreto? ¿En qué te basas e
inspiras para crearlos? ¿Tienes algún método?
No tengo método,
al menos no soy consciente. Las historias nacen, muchas veces con un párrafo,
que generalmente coloco al inicio. Me apasionan los principios… les doy mucha
importancia. Si tengo uno, solo hay que seguir el hilo y llevarlo a mi terreno
de esos temas que me fascinan, me obsesionan, me asustan… A través de esas
líneas iniciales me divierto. Sí, es eso, aunque suene raro… Y las “pueblo” de
los personajes que creo que mejor me ayudarán a darle el sentido que deseo a la
historia. Hay muchísimas formas de caracterizar a un personaje. Creo que
existen mil y un consejos de cómo hacerlo. Quizá la diferencia entre
“trazarlos” para novela o para cuento esté en que para el cuento debes
“seleccionar” aquellas características que mejor funcionarán para la historia que
contar. En una novela… el desarrollo puede ser mucho más amplio. Para un
relato, repito: hay que seleccionar, aunque a veces nos cueste –a mí misma me
cuesta, muchíiiiiisimo–. No es algo que haga de forma reflexiva pero si lo
pienso –o pienso en los consejos que les doy a mis alumnos de relato– creo que
me quedaría con estos rasgos que pueden ayudarte a definir a un personaje en
pocas líneas y a la vez a crear argumento: un recuerdo de la infancia, una
obsesión/afición, un objetivo, un defecto y un rasgo físico.
¿Eres autora de espacios o de
personajes? ¿Cuál es tu epicentro, la historia a contar o el personaje que la
lleva a cuestas?
Ambas
cosas, personajes y espacios porque en muchas de mis historias el espacio es un
personaje más. No podríamos comprender “Rebecca” sin Manderley, o la “Maldición
de Hill House” sin esa casa laberíntica y solitaria que parece conocer tus
miedos más secretos… Y no solo los espacios me apasionan –y los asumo como un
personaje, divirtiéndome a la hora de darles vida– sino que también lo hacen
los objetos. A veces, una muñeca, un vestido, un cuadro… pueden ser más
importantes que un personaje.
Cuando tienes una nueva idea,
¿qué haces? ¿Cuál es tu modus operandi?
Nacen en
esa libreta que he comentado un poquito más arriba. En un párrafo que he
escrito al ver una película, leer un libro o escuchar la frase de alguien en
una cafetería. Después, con todo aquello que tengo en la cabeza, esos temas que
nos obsesionan, le voy dando forma. Es cierto que soy dispersa, sí, pero cuando
estoy concentrada en un cuento/relato me cuesta escribir otra cosa. Es
divertido porque, en esos momentos, parece que todo el universo “conspira” para
ayudarte a completar tu historia. Y aquí y allá veo algo que puede ayudarme a
completar un personaje, un objeto que cuadraría en una escena, la forma en la
que encarar una descripción… ah, la parte más divertida es esa, la de ir
componiendo el puzle, me parece. Después, cuando tengo ya una primera versión…
vienen las correcciones. Y eso no es tan divertido. Sobre todo por el poco
tiempo del que disponemos todos. Puedo hacer múltiples revisiones, sí. Lo que
más me ayuda es imprimir el texto, además de leerlo en voz alta. Corregir lo
que veo que debo cambiar y después dejarlo reposar unos días, antes de dar el
punto y final.
Si tuvieras que resumir en una
línea el espíritu de Casa Volada,
¿qué dirías?
Mhm… relatos
con un punto de “maravilla”, basados en secretos, deseos o recuerdos; con
personajes de carne y hueso y casas que, como decía Natalia Ginzburg “puedes
vender o dejar a quien te dé la gana, pero siempre las llevas contigo”. No es
una línea pero… quizá la mejor forma de hacerse una idea de “Casa volada” es
dándole una oportunidad y leyéndola…
Como he comentado más arriba, te
hemos leído en el Club de Lectura que organizo en librería de La Font de Mimir,
en Barcelona, y a todos les ha apasionado. Nuestros lectores son de edades y
gustos muy variados, desde los 20 a los 70 años, ¿cómo haces para llegar a
todos ellos y dejarlos enganchados hasta la última página? ¿Qué crees que
motiva a los lectores para seguir adelante y no abandonar una lectura? Como lectora,
¿qué es lo que te engancha a ti?
No soy
consciente de hacer nada especial, la verdad. Si lo supiera… ¡no pararía de
hacerlo! Quizá me baso en aquello que a mí me gusta leer. Por eso escribo,
supongo, de brujas, de secretos, de fantasmas, de casas y espacios
maravillosos… Tampoco creo que una misma historia pueda “gustar” a todo el
mundo. Así que, cuando escribo, intento al menos disfrutarlo y pensar en lo que
a mí me gustaría que ocurriera en el párrafo siguiente…
¿Qué proyectos tienes entre
manos?
¿Ahora
mismo? Uy… más de lo que mi tiempo me permite, supongo. Además de varias
charlas y seguir moviendo mi “Casa volada” y otras antologías en las que he
participado, estoy coordinando una nueva, con varias autoras increíbles, que me
hace muchísima ilusión y que espero que salga antes del fin de este año. Y
después… tengo otras en el horizonte, también como coordinadora. También me
queda muy poquito para dar el punto y final a un nuevo libro de relatos que, en
este caso, he vuelto a “imaginar” y crear con Judit, mi amiga, e ilustradora de
“Maullidos”, el que fue mi segundo libro. Solo digo una cosa: que en este nuevo
proyecto va a haber brujas… y hadas. Qué más… tengo que escribir varios cuentos
para antologías de temáticas muy variadas en las que participo como autora (y cuyos
temas me apasionan como lectora y, claro, escritora…). Y bueno… ahí, en el
cajón, está mi proyecto de novela de fantasmas, a la que desempolvaré en breve –ojalá–
porque creo que puedo disfrutar mucho con ella.
¿Qué estás leyendo ahora mismo?
Pues hoy
me pillas con un libro que me recomendó Jose del Río, el editor de Apache: “La
costa de alabastro” de Victoria Álvarez.
¿Nos recomiendas algún título?
Te diría
que muchos y muchas de mis compañeros en redes, en la P.A.E, en el taller que
imparto de Lletraferits o tú misma, Isabel, tenéis novelas y cuentos que me han
hecho disfrutar. Como no puedo poner una lista interminable sin quedar mal con
muchos me voy a mis fantasmas ilustres y te recomendaré tres –de cuentos, por
supuesto–: “Los niños tontos” de Ana María Matute, “La cámara sangrienta” de
Angela Carter y “Cuentos escogidos” de Shirley Jackson. ¡Feliz lectura de damas fantásticas –y
oscuras–!
Enlace a la reseña de Casa Volada:
Isabel del Río, Septiembre 2019
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