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jueves, 21 de abril de 2016

Entrevista a Víctor Gomollón, de Jekyll & Jill


Víctor se confiesa editor zurdo —“aún más zurdo que Paco Inclán”— y nos explica que Jekyll & Jill es una editorial independiente fundada en 2015 —este año cumplirá su quinto aniversario— por Jessica Aliaga Lavrijsen y él mismo. Se declaran fetichistas de los libros.


ENTREVISTA

Como ya sabéis aquellos que seguís mis pasos en La Odisea, soy amante de las editoriales independientes, estos pequeños sellos que, más allá de modas y súper-ventas, buscan títulos que les emocionan personalmente, intrigándonos con cada nueva elección.
Conocí Jekyll & Jill gracias a Laura Huerga, de Rayo Verde, cuando charlábamos sobre qué estábamos leyendo y nos recomendamos algunas lecturas. En cuanto me puse en contacto con ellos, Víctor, uno de sus editores y socios fundadores, me respondió de inmediato y, cuando le dije cuánto me gustaban algunos de sus títulos, no tardó ni medio segundo en decirme: "Pues ya está, en unos días le pondrás ojitos al libro, pero ya en casa".

IDR. ¿De dónde nació la idea de fundar una editorial como Jekyll & Jill? ¿Cómo se os ocurrió el nombre?
VG. De una pulsión natural y poco razonada, tanto Jessica como yo teníamos blogs (era la época de los blogs), Jessica publicaba sus fotografías analógicas y yo textos e impertinencias. Suelo hacer trabajos de diseño para los sellos Grabaciones en el Mar y You Are The Cosmos y en ese tiempo me encargaron la portada para un disco de vinilo. Pensé que una de las fotos de Jessica, que me gustaba mucho, era la ideal para ese disco, así que me puse en contacto con ella y ahí hicimos nuestro primer trabajo conjunto. Luego surgió la confesión mutua de que nos gustaría montar una editorial, de publicar lo que nos gustara con la estética que queríamos, y así hasta ahora.
El nombre lo propuso Jessica. Ella es filóloga especialista en literatura escocesa, así que resultó natural que Stevenson apareciera por algún lado como padrino espiritual.
IDR. Se necesitan grandes dosis de valentía o de locura para meterse en una aventura como esta. ¿En cuál de los dos te catalogarías?
VG. Locura, sin pensarlo. Nunca me he visto muy valiente. A mí en realidad lo que me hacía ilusión era ser Daniela, la morena de las hermanas Goggi, pero Dios quiso que no fuera así. Me dijo “Serás editor”, y yo que no, y él que sí, y yo que no, y él que sí, y al final aquí estoy.
IDR. ¿Cómo ha sido la acogida, tanto por parte de los libreros, como de la crítica y los lectores?
VG. No nos podemos quejar, la acogida ha sido buena. Desde casi el inicio muchos libreros relacionaron nuestros libros con el de otras editoriales independientes con más trayectoria y los ponían juntos en los expositores, hermanados. Tampoco podemos quejarnos de la repercusión en los medios de comunicación nacionales.
IDR. ¿Cómo iniciaste tus pasos en el mundo editorial?
VG. Me recuerdo maquetando libros antes de la existencia de los ordenadores personales, cuando las empresas de fotocomposición picaban los textos en galeradas que te enviaban en papel fotográfico y había que montar sobre papel milimetrado con un rodillo de cera o con un spray de adhesivo que se pegaba a los pulmones con mucha alegría. Luego cada página se enviaba a la fotomecánica, que se encargaba de prepararlo todo para imprenta (pedir un degradado era algo complejo y misterioso) y de sacar los fotolitos. Desde aquellos días hasta ahora han pasado 25 o 26 años, así que puedo decir que llevo más de media vida trabajando, de un modo u otro, en el mundo del libro y las publicaciones.
IDR. Si tuvieras que describirte, ¿qué dirías que eres: lector-editor o editor-lector?
VG. Lector, claro. Muy lector. Aunque eso no significa nada, se puede ser un devorador de libros y tener un gusto pésimo; si además de leer editas con gusto pésimo, pues mal. Me gusta la idea del editor como prescriptor, susurrarle al lector “eh, mira esto, lo acabo de descubrir, me gusta mucho y me encantaría que lo leyeras”.
IDR. Viendo vuestro catálogo descubrimos obras de lo más diverso, ¿cuál es vuestra filosofía? ¿Qué es lo que hace que escojáis un manuscrito? ¿Y qué hace que lo rechacéis?
VG. Pues en muchos casos es como un flechazo irracional que sentimos de forma animal, con poca reflexión. Vaya, creo que es una decisión en la que actúa más el cerebro reptil que el neocórtex: “Quiero publicar este texto. Tengo hambre. Chocolate. Ahora sueño. Café. Sí, editémoslo”. Somos como iguanas, pero iguanas lectoras.
IDR. Apostáis por títulos realmente diferentes a lo que estamos acostumbrados a ver en las librerías. Por ejemplo, hace poco que he reseñado Tantas Mentiras de Paco Inclán. ¿Cómo lo descubrís y decidís que será una buena apuesta?
Link a reseña de Tantas Mentiras:
VG. A Paco Inclán lo conocimos en un congreso de editores y libreros, poco antes de fundar la editorial. Él en ese tiempo ya dirigía la revista Bostezo. Nos dijo “Estoy escribiendo un libro, seréis los primeros a los que envíe el manuscrito”, y tiempo después así fue, nos lo envió y nos gustó mucho. Paco es un escritor excelente. Hace unos días nos dijo que ya casi tiene terminado su nuevo libro.
IDR. Además, cuidáis cada detalle de los libros, desde la portada al tipo de papel. ¿Es parte de vuestra firma personal?
VG. No sé muy bien. Jessica y yo compartíamos la decisión de no encasillarnos en una estética prefijada, así no tenemos que lamentar que un diseño de colección que comenzamos hace años nos deje de gustar. Eso nos hace sentirnos más libres. La intención es que cada libro tenga el aspecto que nosotros creemos que puede resultar más atractivo para el lector. A mí también me gustan mucho esas colecciones de libros todos igualitos en los que solo cambia el color, como los de la antigua Austral. Me gusta eso, lo que me parece erróneo es intentar seguir una colección con un mismo aspecto pero en la que solo cambia el motivo. Imagina una colección de libros que use en todos un coche como elemento decorativo. En uno un Ford, en otro un Lamborghini, en otro un Skoda, en otro un Seat... Bueno, al final el resultado es un catálogo de coches. Ah, mira, bien mirado no me disgusta esto de una colección catálogo de coches.
IDR. ¿Nos recomiendas alguna novedad de Jekyll & Jill?
VG. El delicioso ensayo Últimas noticias de la escritura, del escritor argentino Sergio Chejfec, que está recibiendo excelentes críticas, y Gran Fin, de monoperro, un librito difícil de resumir, pues cada lector lo interpreta de un modo distinto. Son dos obras muy personales. Y en enero saldrá Maleza viva, de Gemma Pellicer, un bonito libro de microrrelatos.
IDR. De los que habéis publicado hasta ahora, ¿cuál sería tu niño bonito?
VG. Todos son niños bonitos, porque en todos hemos puesto mucha ilusión y esfuerzo. Como proyecto más  personal, quizá Cosmotheoros, de Christiaan Huygens, un tratado del siglo XVII sobre astronomía que conjetura la existencia de vida en otros planetas que me tuvo varios largos meses enloquecido buscando todo tipo de datos para redactar las notas y la biografía del autor. Lo recuerdo como una fase enloquecidamente barroca. Todo era barroco, literatura barroca, ensayos barrocos, documentales sobre el barroco, música barroca, arte barroco. Me sumergí tanto que creo que me quedaré barroco ya para siempre.
IDR. Para aquellos interesados en cómo funciona una editorial por dentro, ¿podrías explicarnos cuáles son los pasos que da un manuscrito para convertirse en un libro de Jekyll & Jill y cuántos personajes estáis involucrados en ese proceso?
VG. Bueno, puede ser de dos formas: recibimos el manuscrito, lo leemos Jessica o yo y, si nos atrae, convencemos al otro para editarlo. Eso suele ser lo más fácil, porque nos suelen gustar cosas parecidas. Es difícil que a uno le guste algo mucho y que al otro no le guste en absoluto. En todo caso, yo me suelo apoyar en el criterio literario de Jessica y Jessica en mis gustos gráficos. La otra manera, la que más disfruto, es cuando el proyecto surge de nosotros —una traducción, el rescate de un texto antiguo, una selección de relatos sobre un mismo tema, etc.— y buscamos los colaboradores —traductores, ilustradores— que creemos que pueden dar lo mejor de sí mismos para el libro.

IDR. ¿Cuál crees que es el papel del editor en la sociedad actual? ¿Y la del escritor?
VG. Vivo más feliz si no pienso mucho en esto. Creo que tanto la labor del editor como la del escritor no ha cambiado desde el primer libro: transmitir información de forma perdurable. En realidad los libros no son más que sencillos contenedores. Es hermoso cuando el lector deposita en ese objeto tan simple tantos afectos, recuerdos y sensaciones. El acto de la lectura —la lectura relajada, en voz baja, pero también esa lectura compulsiva—, me parece una experiencia muy íntima, intransferible, que no encuentro en ningún otro medio. Creo también en la lectura como una poderosa máquina de empatía. Me gusta la idea del editor como generador de máquinas de empatía.
IDR. Llegar al lector es uno de los puntos más importantes y complicados, ¿cómo os movéis a la hora de promocionar un libro?
VG. Como todos, haciendo uso de las redes sociales y de nuestra página web, que nos resultan muy útiles para llegar tanto a los libreros como a los lectores.
IDR. Como lector: ¿ebook o papel? ¿Y como editor?
VG. Como lector siempre papel, no tengo lector de libro electrónico. Sí que uso mucho la lectura digital en la pantalla de ordenador, me resulta muy útil para buscar datos concretos. Como editor no me interesa el libro electrónico. Al hilo de una pregunta anterior, creo que la experiencia de la lectura en un ebook o en un libro en papel es diferente, no tanto durante el proceso de lectura sino más bien en lo que nos queda de él como recuerdo, cuando tomamos un libro y éste nos trae a la memoria que lo leímos en un viaje, o en un espacio de nuestro pasado que identificamos con facilidad. Bueno, me suele suceder que tal libro, con solo tocarlo, me trae la imagen de ese momento, que curiosamente no es la imagen de “lo que leía” sino un plano general de mí leyendo. Es por tanto una imagen grabada desde una cámara externa que no sé bien quién colocó. Un recuerdo proyectado y decorado. Son pequeños engaños de la memoria muy agradables.
IDR. Para aquellos autores que busquen casa para su nueva obra, ¿qué les recomendarías?
VG. Que se interesen por conocer el catálogo de la editorial a la que van a enviar su manuscrito, que se pregunten sinceramente si su libro encajaría en esa editorial. Comenzar un mensaje con la frase “Acabo de escribir una novela muy buena” o “Mi novela anterior lo peta en Amazón” quizá no sea la mejor manera, al menos para nosotros.

IDR. ¿Cuál es el primer libro que recuerdas?
VG. Recuerdo una edición de El corazón delator de Poe, otra Emilia del marqués de Sade, que aún conservo; un volumen de textos escogidos de Schopenhauer, otro de Santa Teresa de Jesús y una colección de cuentos feamente ilustrados con dibujos a página entera a color en papel grueso. La verdad es que en casa de mi familia había una pequeña biblioteca de libros escogidos con muy poco tino. Eran libros que llegaban a través de vendedores a domicilio: enciclopedias con muchos volúmenes que se usaban poco, la colección completa de los premios Planeta que venía con un mueble de regalo con columnitas torneadas, algún best-seller de regalo de la caja de ahorros tipo Dubai, de Robin Moore, o adaptaciones de películas con la foto de los actores en la cubierta, y libros de arte. Claro, me hubiera gustado otra cosa, pero era lo que había. De crío era muy blancucho y enfermizo, así que no sé a qué doctor se le ocurrió que tenía que broncearme y en los largos y aburridos veranos me obligaban a tomar el sol todos los días. Conseguí que a cambio del martirio me dieran alguna paga a cambio, dinero que gastaba en libros. Así que mis recuerdos de los veranos de la infancia eran sesiones de sol sofocante, picores y eccemas y, después, la alegría de ir a la librería y gastarme las perras en libros de bolsillo. Me gustaba mucho el terror, así que en ese tiempo me leía todo lo que encontraba, desde los novelotes de Stephen King a H. P. Lovecraft o algunas novelas góticas. Lecturas infantiles muy entretenidas. Eso, claro, al mismo tiempo que leía Don Miky.
IDR. ¿Quién te acercó a la lectura?
VG. En mi caso, más que quién, qué: la angustia ante todo lo que me rodeaba. Le lectura fue para mí una tabla de salvación, lo único con lo que conseguía evadirme de la realidad. La verdad es que mis únicos recuerdos agradables de la infancia son comprando o leyendo libros. Así que tengo una relación con los libros más bien enfermiza, nada saludable.
IDR. ¿Qué estás leyendo ahora?
VG. Suelo leer una media de diez o quince libros a la vez, la mayoría de ensayo. Eso no significa capacidad alguna de comprensión sino más bien una conducta de lectura totalmente desordenada. Así que al lado de la cama, en el suelo, hay siempre varias pilas de libros en perfecto desorden que voy cogiendo ahora uno y luego otro. También en la lectura de cada libro suelo ser desordenado y unos los comienzo por la mitad y otros por el capítulo que más me llama la atención. El resultado es que suelo leer cuatro veces un capítulo de uno, dos veces el de otro y ninguno el de muchos.
IDR. ¿Nos recomiendas un libro?
VG. Me gustan especialmente los libros de maravillas de los siglos XVI y XVII, como el Jardín de flores curiosas de Antonio de Torquemada u otros de parecida naturaleza como los de Juan Eusebio Nieremberg o Antonio de Fuentelapeña. También disfruto mucho con las Etimologías de Isidoro de Sevilla. Son obras que me llevan a otros anteriores, como al De rerum natura  de Lucrecio y a otros autores griegos y romanos. Eso sería la lectura más placentera. Un libro que me gustó mucho es El reino artificial, Sobre la experiencia kitsch, de Celeste Olalquiaga (Gustavo Gili). También me gustan mucho los libros sobre libros, como El libro tachado de Patricio Pron (Turner).

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Isabel del Río

Diciembre 2015

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