BIBLIOGRAFÍA
Manderley
en venta, Páginas
de Espuma
Casa
de Muñecas, Páginas
de Espuma
Azul
Ruso, Páginas
de Espuma
Las
madres negras,
Galaxia Gutenberg
OPINIÓN
La prosa
de Patricia Esteban Erlés se traduce en un vaivén de emociones, sendero que
serpentea por el bosque para internarse en casas abandonadas —no por ello
deshabitadas— y viajar del presente al pasado, para aparecer de pronto en la
ciudad, en un barrio que bien podría ser el nuestro, pero con vecinos que
preferiríamos no conocer.
Tanto en
sus relatos como en su novela —Las Madres
Negras— quedan patentes sus temas recurrentes y fetiches: los niños
ignorados y torturados —al tiempo que esa infancia considerada la antesala y el
hervidero de lo maligno, así como los niños fantasma—, como en Dientes de León, Matando a Alodia o El juego.
El amor roto, la locura y la debilidad de la psique, la obsesión y la
melancolía, como en De culos y manzanas
—donde también vemos el culto a la belleza—, La chica del UHF o Ada Neuman.
La personificación de la muerte y de los objetos que nos rodean y acompañan en
el día a día, como en Terrores nocturnos,
Primer plato, Traiciones o Luz encendida.
El humor negro y morboso, la ironía, que en el caso de su novela se encarna en
la figura de un Dios alienado de su propia creación y hastiado de la existencia
inmortal. La bondad del monstruo, en contraposición con la condena de la
belleza, pero también la crueldad del desamparado o el juicio del “inocente”,
como en Sesentamil —relato en el que
también aprovecha para mostrarnos la abnegación femenina—. Y por supuesto, la
casa con voz propia, no sólo como paredes y continente; el Ente.
Dentro de
su obra encontramos relatos sueltos en distintas antologías compartidas, libros
de relatos de su autoría y su única novela, Las
Madres Negras.
Las Madres Negras
es una serie de relatos de los personajes y las historias que conforman Santa
Vela y su imaginario, ese lugar maldito y repleto de almas descarriadas y
abandonadas. Un orfanato donde las hermanas torturan a sus protegidas, donde
pesa el recuerdo de la locura de su anterior dueña —quién la convirtió en un
laberinto terrible—, y la muerte y todo tipo de espectros y brujas se pasean a
sus anchas. Donde Dios clama que lo amén, deseando olvidar su inmortalidad, y
la hija de un lobo busca su destino.
Casa de Muñecas es
un libro de microrelatos que nos describe esa edificación que todos guardamos
celosamente en nuestro interior. En caso de Patricia, su mansión interior es
una casa de muñecas, repleta de espectros y pesadillas, de muñecas que crecen,
de niñas que huyen y de fantasmas que teatralizan la vida.
Azul Ruso
es un volumen de relatos en que, tal como reza el título, la tristeza, la
melancolía y la desesperanza pueblan el mundo y sus páginas. El relato que da
nombre a la obra, por ejemplo, es un verdadero ejercicio de creatividad y
romanticismo, con una oscuridad voluptuosa y felina muy interesante.
Y
finalmente, mi preferido, Manderley en
venta, el título que me dio a conocer a la autora, una serie de relatos que
me hizo encogerme, reír, llorar y sufrir por los personajes. Culo de Manzana, por ejemplo, es un
relato irónico que juega con el humor para hablarnos de la obsesión, tanto para
con una persona como por una parte de nuestro cuerpo, así como del desamor y la
traición.
En el
Club de Lectura con Damas Oscuras, que conduzco junto a la escritora Gemma
Solsona en La Font de Mimir, leímos Casa
de Muñecas y tuvimos el honor de contar con la autora durante la charla. A
continuación transcribo algunos de sus comentarios y respuestas a las
observaciones y preguntas que hicimos como lectoras.
«En Casa de Muñecas el tema sería la mujer muñequizada, como un
objeto de consumo más. (…) Cogía una foto de moda, donde aparecía una mujer
así, un ente perfecto pero sin vida, y colgaba el boceto del microrelato en las
redes sociales y esperaba su reacción. Cada cual daba su opinión, algunos
llegaron a llamarme de todo, pero es interesante tener una zona de pruebas,
siempre que tengas un criterio de criba sobre qué quieres contar.
Nunca creí en Casa de Muñecas
como libro, pero hubo un momento en que la cosa fue hacia adelante porque un
contacto, con el que nos leíamos y comentábamos mutuamente, leyó Las
niñas novias y me envió una ilustración
de cómo lo veía ella. Y así fue cuando empecé a colaborar con Sara Morante. Yo
le pregunté si me querría hacer la cubierta y ella me dijo que me lo ilustraba
entero. (…) Fue un proceso muy mágico, sin buscarlo. La editorial nos apoyó
desde el principio. (…) Las ilustraciones de Sara son una segunda lectura del
libro, su interpretación.
El libro tiene humor negro, tiene
maldad y cosas negativas, pero también tiene ese punto de superación y rebeldía
femenina. (…) Yo quería una versión muy femenina y crítica, una revisión de la
tradición. (…) Yo soy muy de verde, pero con Sara hablamos del rosa y de ahí el
magenta, como un color más punk, más de protesta.
(Sobre los niños) La melancolía
de la infancia es irracional porque si nos dieran un billete para ese
"Edén" La mayoría pediríamos la vuelta rápida a la edad adulta.
(En cuanto a la ambientación
opresiva) Es oscura porque cuando somos felices ya estamos bastante ocupados
con vivirlo como para escribir.
(¿De dónde sacas tus historias?)
Muchas de las historias están basadas en vivencias, en recuerdos, pero hay
cuentos inspirados en anécdotas que me contaron amigas, que lo vivieron como
real pero resultaba en un cuento perfecto. Y hay cosas que sí, les ves filón,
pero otras no aguantan el paso por la cuerda
floja que separa la realidad de la ficción. Suelo volver siempre a lo
fantástico porque me siento más cómoda, me gusta encontrar la fractura en la
realidad, sin mimetizarse, trabajo con este reto.
(El desamor y la traición) La
traición es un tema interesante porque siempre he pensado que muchas cosas, por
no decir la mayoría, las aprendemos en casa, y me parecía aterrador pensar que
la persona con la que compartes cama, con quien deberías tener más cercanía,
puede llegar a ser un total extraño en tu dormitorio, un monstruo al que temes,
del que no puedes prever las reacciones.
Yo no quiero hacer que el lector
se sienta cómodo, no me gusta la literatura que me hace sentir cómoda, y
también quiero deshacerme de mis propios fantasmas. (…) La lucha permanente en
uno mismo, que seamos capaces de lo mejor y de lo peor, y que muchas veces no
gana el mal por temor a que nos descubran… El ser humano puede ser inquietante,
sorpresivo, cruel, como en Matando a Alodia, con la niña que muere y revive cada día…,
pero es que esto lo vemos en el mundo, no hay que ignorar porque algo sea feo,
sino que hay que enfrentarse a ello.
(En cuanto a la muerte y los
fantasmas) Literariamente, cruzar la puerta y estar al otro lado es de las
cosas que más me interesan. Me pregunto muchas veces cómo será esa habitación.
(La creación de la casa) No
escribí los relatos pensando en las habitaciones, pero las muñecas son juguetes
de interior y me di cuenta de que me estaba saliendo de nuevo un libro sobre
casas, con sus habitaciones. Y entonces, para distribuirla, pusimos las
habitaciones que me gustaría que hubiera en esa casa.
(Sobre la feminidad) Me
interesaba mostrar esas muñecas que al final, de tan vivas que parecen, cobran
vida real y esas mujeres que deberían estar vivas pero, al final, de tan
estáticas, se convierten en muñecas. (…) La maternidad en casa de muñecas
también está tratada como una imposición, como ese sello en el pasaporte que se
supone que has de tener. (…) Las hermanas también me dan mucho juego, porque la
hermandad también puede ser un infierno.
En el relato y el microrelato,
que es muy sintético, se busca crear un efecto en el lector y hay que cuidar
mucho el lenguaje. No es sólo lo que cuentas, sino cómo lo cuentas.»
Una
autora que, si no conocéis, os ánimo a que leáis, empezando por los relatos
pues, según mi parecer, condensan de manera perfecta su voz y narrativa.
Recomendados
a los lectores de fantasía y terror, así como de relato realista, pues tiene un
poco de todo; también para los que gusten de la crítica y el feminismo.
Disfrutaréis de sus juegos de palabras e imágenes sugerentes.
Isabel del Río, Mayo 2020